(L433) El filósofo autodidacto (1185)


Ibn Tufayl, El filósofo autodidacto (1185)

Sigo trayéndoos ejemplos del rico legado cultural de Al-Ándalus. Abū Bakr ibn Tufayl (Guadix, 1110-Marrakech, 1198) es una de las figuras más representativas de la cultura andalusí en el siglo XII, verdadero siglo de oro de la filosofía hispano-musulmana. Nacido hacia el 1110 en la ciudad de Guadix, sobresalió profesionalmente en el ejercicio de la medicina llegando a ser durante largos años médico de cámara del califa almohade en Marrakech, cargo en el que le sucedió otro gran médico y filósofo, el cordobés Averroes. En aquella capital del sur de Marruecos moriría el año 1198.

Argumento: cuentan unos que Hayy era hijo de una princesa que para evitar el deshonor de tener un hijo sin estar casada se ve obligada a abandonarlo arronjándolo al mar en un cofre de madera. La marea lleva al cofre hasta una isla cercana donde lo deposita suavemente en un bosquecillo. Una gacela que ha perdido a su cría recientemente lo amamanta.

Hay otros que opinan que Hayy nació sin padre ni madre por generación espontánea. La materia, una especie de arcilla fermentada, combinada con el calor y el frio ha dispuesto la formación de humores seminales.

En lo que sí coinciden ambas versiones es en que la gacela lo crió hasta los dos años, en una isla libre de animales dañinos, luego lo llevó a los sitios donde había árboles frutales y le daba a comer los frutos que caían del árbol, dulces y maduros. Cuando quería agua lo llevaba a abrevar. El niño imita los gritos de las gacelas con su voz; los gritos en demanda de socorro, para comunicarse, para pedir algo o para rechazarlo.

Hayy observa las diferencias que tiene respecto a los demás animales, viéndose inferior a ellos en cuanto a fuerza y destreza. A los siete años se viste con hojas de los árboles y emplea varas como armas en su lucha con los otros animales. Se viste con las plumas y la piel de un águila muerta. 

Llegó un día en que la gacela envejeció y enfermó. Hayy trata de explicarse el fenómeno de la muerte y se pregunta por el órgano donde debe radicar el centro del cuerpo. Con la idea de curar el mal, disecciona la gacela y halla el corazón. De sus análisis comprueba que el ser que había en sus compartimentos se ha marchado. Siente entonces desprecio por el cuerpo y admiración por el ser (alma) que lo gobernaba. Ve a un cuervo enterrar a su compañero e imitándolo entierra a la gacela que lo había criado.

En toda la isla no encuentra especie semejante a él y cree que todo el mundo se reduce a aquella isla. Descubre accidentalmente el fuego y lo mantiene vivo en su cueva. Se ejercita en la caza y en la pesca y aprende a comer carne asada. Relaciona el calor con la vida y el frío de los animales con la muerte. Al llegar al tercer septenario de su vida se ha hecho vestidos, una choza y ha domesticado ciertos animales…


Comentario: la fama literaria de Ibn Tufayl y su lugar preeminente en la filosofía medieval se deben a una sola obra, la Risāla Hayu ibn Yaqzān, conocida en Occidente desde su primera traducción del árabe como El filósofo autodidacto. En esta original novela se narra la evolución intelectual y moral de su protagonista, Hayy, que vive desde niño en una isla desierta. La vida de este “buen salvaje” atrajo pronto la curiosidad de los lectores europeos y americanos que, a partir del siglo XVII, convirtieron esta singular obra en un clásico de la literatura mundial.

Hay bastantes probabilidades de que su lectura influyera en la redacción del Robinson Crusoe (1719) de Daniel Defoe o el Zadig (1748) de Voltaire.

La idea del solitario dedicado al saber, que parece sugerir la superioridad de la razón sobre la revelación, es quizás el principal asunto tratado en El filósofo autodidacta, Aunque quepa la interpretación mística de esta obra, nos encontramos ante el problema original de la filosofía árabe: las relaciones entre fe y razón, entre filosofía y revelación.

Para Menéndez Pelayo “los tres grandes filósofos de la España árabe, Avempace (Ibn Bayya), Abentofail (Ibn Tufayl), Averroes (Ibn Rušd), eran, no sólo musulmanes poco fervientes, sino librepensadores apenas disimulados, a quienes sus correligionarios miraron siempre con aversión, y cuyas obras procuraron destruir, habiéndolo conseguido o poco menos respecto de las del primero, cuyo tratado más importante, el Régimen del solitario, no conocemos más que por el extracto de un judío. De Abentofail no se ha salvado más que su novela (El filósofo autodidacto). Averroes, el menos original de los tres, tuvo por circunstancias fortuitas inmensa popularidad en las escuelas cristianas, grandes discípulos y grandes adversarios: a la sombra de su doctrina se educaron todos los incrédulos de la Edad Media: todavía en el siglo XVI, en pleno Renacimiento, su nombre y su doctrina, bien o mal interpretada, suscitaba tormentas en el estudio de Padua; pero con toda esta celebridad en el mundo occidental contrasta la desdeñosa indiferencia de los árabes, que se acuerdan de Averroes como médico, no como filósofo, y que han dejado perecer los originales de la mayor parte de sus obras, siendo forzoso buscar en traducciones hebreas o latinas (derivadas por lo común del hebreo) casi toda la inmensa y enciclopédica labor del sabio maestro de Córdoba, del más célebre de los comentadores del Estagirita [Aristóteles].

Con razón se ha dicho que la filosofía es un episodio en la historia de los árabes. Y esto no por incapacidad nativa, ni por los límites que arbitraria y exageradamente han querido imponer algunos historiadores al genio de los pueblos semíticos, sino por la contradicción palpable e insoluble entre el dogma musulmán y una filosofía nacida y desarrollada en el seno del paganismo clásico, con espíritu de libérrima indagación racional, y cuyas tesis era imposible concordar con los dogmas de la unidad de Dios y de la inmortalidad personal. Presentada la ciencia filosófica en tan radical oposición con la creencia, tenía que sucumbir en la lucha, y si algo de ella se salvó del naufragio, fue porque algunos de sus adeptos, huyendo de la escueta forma dialéctica, procuraron envolver sus audaces lucubraciones en las nieblas de la alegoría y entre los velos del misticismo [Sufí]”.

Estoy de acuerdo con las afirmaciones de Menéndez Pelayo en cuanto que la filosofía dentro del Islam es una rara avis que floreció principalmente en el Al-Ándalus, lugar propicio al encuentro de culturas diferentes como la hebraica y la cristiana. La filosofía musulmana está camuflada dentro del credo sufí, más místico y tolerante. La duda en la existencia de Dios no está permitida en el Islam. De una forma muy original Tufayl nos presenta estas dificultades: “El mundo de aquí abajo (el terrenal) y el otro mundo (el divino) son como dos coesposas, si se satisface a una, se irrita la otra”.

Y todo ello siempre de una forma velada: “Los secretos que hemos confiado a estas pocas páginas los hemos dejado cubiertos con un velo tenue, que rápidamente lo descorrerán los iniciados, pero que será opaco y hasta impenetrable para los que no merezcan traspasarlo”.

BIBLIOGRAFÍA

Francisco López Ceñedo, El aprendizaje como proceso interno en Ibn Tufayl: estructura e interpretaciones del filósofo autodidacta, Claridades. Revista de Filosofía, 6 (2014).

Marcelino Menéndez Pelayo, El filósofo autodidacto, de Abentofail, Colección de Estudios árabes, Madrid, 1900.

María Jesús Rubiera Mata, Literatura hispanoárabe, BVC, 1992.

Ibn Tufayl, El filósofo autodidacta, Editorial Trotta, Madrid, 2003 (3ª. ed.).

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