(L476) La poética del espacio (1957)

Gaston Bachelard, La poética del espacio (1957)

No recuerdo qué libro, referencia o artículo me llevó a leer esta interesante obra de Gaston Bachelard (1884-1962), un filósofo, poeta y científico francés. En sus obras se refleja cierta influencia de Jung,​ pero asimismo de Marie Bonaparte (la escritora), el psicoanálisis y el surrealismo. Ciertas afirmaciones suyas, como que "baste que hablemos de un objeto para creernos objetivos",​ pone en conexión esas otras preocupaciones con las epistemológicas.

Fragmentos: Para un fenomenólogo, para un psicoanalista, para un psicólogo (enumerados estos tres puntos de vista por orden de precisión decreciente), no se trata de describir unas casas, señalando los aspectos pintorescos y analizando lo que constituye su comodidad. Al contrario, es preciso rebasar los problemas de la descripción ─sea ésta objetiva o subjetiva, es decir, que narre hechos o impresiones─ para llegar a las virtudes primeras, a aquellas donde se revela una adhesión, en cierto modo innata, a la función primera de habitar.

Porque la casa es nuestro rincón del mundo. Es ─se ha dicho con frecuencia─ nuestro primer universo. Es realmente un cosmos. Un cosmos en toda la acepción del término. Vista íntimamente, la vivienda más humilde ¿no es la más bella? Los escritores de la “habitación humilde” evocan a menudo ese elemento de la poética del espacio. Pero dicha evocación peca de sucinta. Como tienen poco que describir en la humilde vivienda, no permanecen mucho en ella. Caracterizan la habitación humilde en su actualidad, sin vivir realmente su calidad primitiva, calidad que pertenece a todos, ricos o pobres, si aceptan soñar.

En esas condiciones, si nos preguntaran cuál es el beneficio más precioso de la casa, diríamos: la casa alberga el ensueño, la casa protege al soñador, la casa nos permite soñar en paz. No son únicamente los pensamientos y las experiencias los que sancionan los valores humanos. Al ensueño le pertenecen valores que marcan al hombre en su profundidad. El ensueño tiene incluso un privilegio de autovaloración. Goza directamente de su ser. Entonces, los lugares donde se ha vivido el ensueño se restituyen por ellos mismos en un nuevo ensueño. Porque los recuerdos de las antiguas moradas se reviven como ensueños, las moradas del pasado son en nosotros imperecederas.

Antes de ser lanzado al mundo como dicen los metafísicos rápidos, el hombre es depositado en la cuna de la casa. Y siempre, en nuestros sueños, la casa es una gran cuna. Claro que gracias a la casa, un gran número de nuestros recuerdos tienen albergue, y si esa casa se complica un poco, si tiene sótano y guardilla, rincones y corredores, nuestros recuerdos hallan refugios cada vez más caracterizados.

Y todos los espacios de nuestras soledades pasadas, los espacios donde hemos sufrido de la soledad o gozado de ella, donde la hemos deseado o la hemos comprometido, son en nosotros imborrables. Y, además, el ser no quiere borrarlos. Sabe por instinto que esos espacios de su soledad son constitutivos.

Excepto algunas medallas con la efigie de nuestros antecesores, nuestra memoria infantil no contiene más que monedas gastadas. Es en el plano del ensueño, y no en el plano de los hechos donde la infancia sigue en nosotros viva y poéticamente útil. Por esta infancia permanente conservamos la poesía del pasado. Habitar oníricamente la casa natal, es más que habitarla por el recuerdo, es vivir en la casa desaparecida como lo habíamos soñado.

¡Qué privilegios de profundidad hay en los ensueños del niño! ¡Dichoso el niño que ha poseído, verdaderamente poseído, sus soledades! Es bueno, es sano que un niño tenga sus horas de tedio, que conozca la dialéctica del juego exagerado y de los aburrimientos sin causa, del tedio puro.

La casa es un cuerpo de imágenes que dan al hombre razones o ilusiones de estabilidad. Reimaginamos sin cesar nuestra realidad: distinguir todas esas imágenes sería decir el alma de la casa; sería desarrollar una verdadera psicología de la casa.

La verticalidad es asegurada por la polaridad del sótano y de la guardilla. Las marcas de dicha polaridad son tan profundas que abren, en cierto modo, dos ejes muy diferentes para una fenomenología de la imaginación. El sótano se considera sin duda útil. Se le racionalizará enumerando sus ventajas. Pero es ante todo el ser oscuro de la casa, el ser que participa de los poderes subterráneos. Soñando con él nos acercamos a la irracionalidad de lo profundo.

En vez de enfrentarse con el sótano (el inconsciente), “el hombre prudente” de Jung le busca a su valor las coartadas del desván. Allí ratas y ratones pueden alborotar a gusto. Si aparece el señor, volverán silenciosos a su escondite. En el sótano se mueven seres más lentos, menos vivos, más misteriosos. En el desván los miedos se “racionalizan” fácilmente. En el sótano las tinieblas subsisten noche y día. Incluso con su palmatoria en la mano, el hombre ve en el sótano cómo danzan las sombras sobre el negro muro.

En París no hay casas. Los habitantes de la gran ciudad viven en cajas superpuestas: “Nuestro cuarto parisiense ─dice Paul Claudel─ entre sus cuatro paredes, es una especie de lugar geométrico, un agujero convencional que amueblamos con estampas, cachivaches y armarios dentro de un armario”. El número de la calle, la cifra del piso fijan la localización de nuestro “agujero convencional”, pero nuestra morada no tiene espacio en torno de ella ni verticalidad en sí. La casa no tiene raíces. Cosa inimaginable para un soñador de casas: los rascacielos no tienen sótano. Desde la acera hasta el techo, los cuartos se amontonan y el toldo de un cielo sin horizonte ciñe la ciudad entera. Los edificios no tienen en la ciudad más que una altura exterior. Los ascensores destruyen los heroísmos de la escalera. Ya no tiene ningún mérito vivir cerca del cielo. Y el en sí no es más que una simple horizontalidad. A las diferentes habitaciones de una vivienda metida en un piso le falta uno de los principios fundamentales para distinguir y clasificar los valores de intimidad.

Comentario: Gaston Bachelard nos relaciona en este ensayo que representan para nosotros los espacios cotidianos como la casa, el desván, el sótano, la guardilla, el nido, la concha, la miniatura, etc. a través de lo que han dicho sobre ellos los poetas y escritores, franceses en su mayoría, y como estos lugares han acabado conformando una poética del espacio.

Los escritores, poetas y artistas que Bachelard nos trae para argumentar sus tesis son: Rainer María Rilke, Marceline Desbordes-Valmore, Jean Caubère, Georges Sand, Jean Wahl, Edgar Allan Poe, Thoby Marcelin, Henri Bosco, Paul Claudel, Max Picard, Baudelaire, Henri Bachelin, David Henry Thoreau, Rimbau, Christiane Barucoa, Hélène Morange, Eric Neumann, Thomas de Quince, Czeslaw Milosz, André Lafon, Annie Duthil, Vincent Montero, Georges Spyndaki, René Cazelles, Claude Hartmann, Jean Laroche, René Chair, Louis Guillaume, Jean Boudeillette, André de Richaud, William Goyen, Pierre Seghers, Théophile Briant, Saint-Pol Roux, Jules Supervielle, Henri Bergson, Immanuel Kant, Colette Wartz, André Bretón, Joseph Rouffange, Anne de Tourville, Claude Vigée, Mallarmé, Claire Goll, Charles Cros, Victor Hugo, Van Gogh, Jean Caubère, Romain Rolland, Adolphe Shedrow, Georges Duhamel, Jurgis Baltrusaitis, Abate de Vallemont, Maxime Alexandre, Gaton Puel, René Rouquier, Noël Arnaud, Bernard Palissy, Giusepe Ungaretti, Michel Leiris, Pierre Albert-Bicot, Philippe de Boissy, Pieyre de Maudiargues, Gaston Paris, René Guy Cadou, Noël Bureau,  Théophile Gautier, Laoys Masson, Jules Vallés, Pierre-Jean Jouve, René Ménard, Jean Lescure, Jean Tardieu, Henri Michaux, Jean Pellerin, Michel Barrault, René Char, Ramón Gómez de la Serna, Tristan Tzara, Maurice Blanchot, Karl Jaspers, Joë Bousquet, La Fontaine, Alfred de Vigny, y algunos otros que me habré dejado por el camino.

Son espacios que a la vez son refugios para el ser humano. “Cuando el refugio es seguro la tempestad es buena”. Bachelard establece una analogía entre la casa y el vientre materno. De hecho, asume la casa como una extensión simbólica de la madre. La casa es como una madre que nos alberga, nos protege y nos contiene. Es también el escenario de los sueños y los ensueños. De los recuerdos y de las evocaciones.

El ensayo es muy original y agradable de leer aunque, por supuesto, requiere algo de concentración y rigor lector. Otro aliciente de esta lectura es la oportunidad de leerla en una interesante traducción de Ernestina de Champourcín (1905-1999), poeta de la Generación de 1927.

Los estudios sobre psicología de los elementos: el agua, el aire, la tierra, en sus relaciones con la literatura de Bachelard son hoy clásicos: Psicoanálisis del fuego (1938), El agua y los sueños (1942), El aire y los sueños (1943), La tierra y la ensoñación de la voluntad (1948).

BIBLIOGRAFÍA:

Gaston Bachelard, La poética del espacio, FCE, México, 2018, (Fragmentos de las páginas 33, 34, 36, 37, 38, 40, 46-47, 48, 49, 50, 57-58).

Fernando Gutiérrez Hernández, De la casa a los espacios íntimos a partir de la descripción fenomenológica de Gaston Bachelard, Bitácora de Arquitectura, nº 32, págs. 68-73. Noviembre-Marzo, 2016.

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