(L516) Voces de Chernóbil (1997)
Svetlana Alexiévich, Voces de Chernóbil (1997)
Aprovechando que se ha
conmemorado este año el treinta y cinco aniversario de la catástrofe de Cherbóbil os traigo este estupendo
libro de “periodismo-testimonio” de la escritora bielorrusa Svetlana
Alexiévich (1948) que recibió el Premio Nobel de Literatura en
2015. Es la primera escritora de no ficción que gana este premio en un siglo.
Esta es su obra más importante pero también os recomiendo Los muchachos del zinc (1989) sobre la experiencia de los soldados
rusos en Afganistán y El fin del “homo
sovieticus” (2013).
SINOPSIS: el 26 de abril de
1986, a la 1 h 23’ 58’’ una serie de explosiones destruyeron el reactor y el
edificio del cuarto bloque energético de la Central Eléctrica Atómica (CEA) de
Chernóbil, situada cerca de la frontera bielorrusa. La catástrofe de Chernóbil
se convirtió en el desastre tecnológico más grave del siglo XX.
Antes de Chernóbil, por
cada 100.000 habitantes de Bielorrusia se producían cerca de 82 casos de
enfermedades oncológicas. Hoy, las estadísticas son las siguientes: por cada
100.000 habitantes, hay 6.000 enfermos. Esto quiere decir que se han
multiplicado por 74.
En los últimos diez años,
la mortalidad ha crecido en un 23,5 por ciento. De cada catorce personas, solo
una muere de viejo y, por lo general, se trata de individuos en edad de
trabajar, entre cuarenta y seis y cincuenta años. En las regiones más
contaminadas, tras un examen médico, se ha establecido que, de cada diez
personas, siete están enfermas. Al visitar las aldeas, uno se sorprende de ver
cómo ha crecido el espacio ocupado por los cementerios.
En breve, Ucrania
emprenderá una obra de gran envergadura. Sobre el sarcófago que cubrió en 1986
el destruido cuarto bloque de la Central de Chernóbil aparecerá un nuevo
refugio que se llamará “Arca”. Dentro de poco, 28 países donantes destinaran a
este proyecto unas inversiones iniciales de capital que superan los 768
millones de dólares. El nuevo sarcófago deberá
durar no ya treinta, sino cien años. Y ha sido diseñado con un
tamaño mucho mayor porque debe ofrecer un volumen suficiente para que se puedan
realizar los trabajos necesarios para sepultar de nuevo los residuos.
"—Yo soy testigo de
Chernóbil…, el acontecimiento más importante del siglo XX, a pesar de las
terribles guerras y revoluciones que marcan esta época. Han pasado veinte años
de la catástrofe, pero hasta hoy me persigue la misma pregunta: ¿de qué dar
testimonio, del pasado o del futuro? (…) Chernóbil es ante todo una catástrofe
del tiempo. Los radionúclidos diseminados por nuestra Tierra vivirán cincuenta,
cien, doscientos mil años. Y más. Desde el punto de vista de la vida humana,
son eternos. Entonces, ¿qué somos capaces de entender? ¿Está dentro de nuestras
capacidades alcanzar y reconocer un sentido en este horror del que seguimos
ignorándolo casi todo?"
En este sentido,
Chernóbil ha ido más allá que Auschwitz y Kolimá. Más allá que el Holocausto.
Nos propone un punto final. Se apoya en la nada. “Salí por la mañana al jardín
y noté que me faltaba algo, cierto sonido familiar. No había ni una abeja. ¡No
se oía a ni una abeja! ¡Ni una! ¿Qué es esto? ¿Qué pasa? Tampoco al segundo día
levantaron el vuelo. Ni al tercero. Luego nos informaron de que en la central
nuclear se había producido una avería, y la central está aquí al lado. Pero
durante mucho tiempo no supimos nada. Las abejas se habían dado cuenta, pero
nosotros no. Ahora, si noto algo raro, me fijaré en ellas. En ellas está la
vida”.
Unos pescadores me
contaron: “Nosotros esperábamos que nos explicaran la cosa por la televisión.
Que nos dijeran cómo salvarnos. En cambio, las lombrices… Las lombrices más
comunes se enterraron muy hondo en la tierra, se fueron a medio metro y hasta a
un metro de profundidad. En cambio, nosotros no entendíamos nada. Cavábamos y
cavábamos. Y no encontramos ni una lombriz para ir a pesar”.
Abramos las páginas
sagradas. El Apocalipsis de San Juan: “Y cayó del cielo una estrella que ardía
como una antorcha, y cayó sobre la tercera parte de los ríos y de las fuentes
del agua. Y el nombre de esta estrella es “ajenjo”. Y la tercera parte de las
aguas se convirtió en “ajenjo” y un sinnúmero de hombres perecieron por las
aguas, porque estas se tornaron amargas”. Y descubro la verdad de esta
profecía. Todo está escrito, anunciado en los libros sagrados, pero no sabemos
leer. Nos cuenta entender. El ajenjo en ucraniano se llama “Chernóbil”. Y en las
palabras se nos manda una señal. Pero el hombre es vanidoso, ruin… y pequeño.
Al principio fue el
asombro. La sensación de que se trataba de unas maniobras militares. Un juego.
Pero era una guerra de verdad. Una guerra atómica. Algo desconocido para nosotros:
¿Qué temer y qué no temer, de qué protegerse y de qué no? Nadie sabía nada. Y
no había nadie a quien preguntar.
He olvidado decir que
vivíamos en Prípiat, junto a reactor. Hasta hoy tengo delante de mis ojos la
imagen: un fulgor de un color frambuesa brillante. Una luz extraordinaria. No
había visto nada parecido en el cine, ni comparable. Al anochecer, la gente se
asomaba en masa a los balcones. Y los que no tenían, se iban a casa de los
amigos y conocidos. Vivíamos en un noveno piso con una vista espléndida. En
línea recta habría unos tres kilómetros. La gente sacaba a los niños, los
levantaba en brazos, “¡Mira! ¡Recuerda esto!” Y fíjese que eran personas que
trabajaban en el reactor. Ingenieros, obreros. Hasta había profesores de
física. Envueltos en aquel polvo negro. Charlando. Respirando. Disfrutando del
espectáculo. Algunos venían desde decenas de kilómetros en coches, en
bicicleta, para ver aquello. No sabíamos que la muerte podía ser tan bella.
Comentario:
Nada
más empezar el libro, el testimonio de la viuda del bombero Vasili Ignatenko,
me deja noqueado. Es una historia de amor y dolor a partes iguales. El
testimonio de los habitantes de la zona, de los liquidadores, de los
campesinos, de los pilotos de helicóptero, de los médicos, de los científicos,
de los responsables políticos, de las maestras, de las madres, de las esposas, de
los niños, es simplemente estremecedor.
Bien es cierto que el
secretismo de la por entonces URSS fue máximo, minimizando su importancia, pero
la caída del bloque soviético, en cascada, reavivo el interés por el tema. Diez
años después aparece este libro de entrevistas a supervivientes que nos llegó
en traducción castellana el año 2006.
Es de aquellas
experiencias que golpean duro. El accidente cambio el mundo y creo que se
podría hablar de un antes y un después de Chernóbil. No nos podemos plantear la
energía nuclear con la misma bisoñez que hasta entonces. Encierra unos peligros
para los cuales no estamos preparados ni lo estaremos.
En el texto se habla de
radiaciones en Roentgen y Curíes, os he añadido una tabla de conversión a
Sievert que es la más utilizada y un cuadro donde según la radicación recibida
se prevén los síntomas, los órganos afectados y la esperanza de vida.
Para concluir, con otro
regusto en la boca, una de las sorpresas de esta traumática experiencia es que
la tierra se puede curar. Se puede regenerar. En el libro Slava Firsakova,
doctora en Ciencias Agrícolas, nos explica cómo la zona de exclusión de 2.600
km2 ha experimentado en estos últimos treinta años una eclosión de
vida. Se habla de los caballos salvajes de
Chernóbil, de un resurgir extraordinario de toda la vida
animal.
BIBLIOGRAFÍA
AA. VV., Los
tres héroes de Chernóbil, La pizarra de Yuri, 11/04/2010.
AA.VV., Chernobyl
en 15 minutos (Documental), 15/10/2015.
Svetlana Alexiévich, Voces de Chernóbil, Debolsillo,
Barcelona, 2015. (Fragmentos páginas 13, 16, 18-19, 43, 53, 93, 111, 121,
267-268).
Ander Izaguirre, «No
sabíamos que la muerte pudiera ser tan bella», Jotdown, 02/2014.
Javier Jiménez, Lo
que quedó tras Chernóbil: una historia de personas, animales y plantas que
luchan por sobrevivir entre los restos del desastre, Xataca,
07/06/2019.
Craig Mazin; Johan Renck, Chernóbil, HBO, 2019 (5 episodios).
Óscar Pérez, Los
porqués del altruismo, Ciencia y Comportamiento, 23/11/2015.
ANEXOS
Convertidor
de mediciones en Roentgen y Curíes a Sievert.
Envenenamiento
y mortalidad por radiación según la escala Sievert.
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