(L555) Maigret y su muerto (1947)
George Simenon, Maigret y su muerto (1947)
Continúo comentando
novelas del gran George Simenon (1903-1989).
Hoy os traigo la primera del comisario Maigret. Una especie de alter ego del propio escritor, siempre
con su pipa de fumar a cuestas.
Argumento:
una señora se está entrevistando con el comisario Maigret y le dice que su
hija, su yerno y su sobrina intentan envenenarla, todos por separado. “–En
resumidas cuentas, que están intentando envenenarla tres personas.
“– ¡Nada de intentando!
Han empezado ya. –Y pretende usted que cada una de ellas actúa sin que lo sepan
las demás. –No lo pretendo, estoy segura. –Tenía el mismo acento rumano que una
célebre actriz de los Boulevards, la misma súbita vivacidad que cada vez hacía
estremecerse al comisario–. No estoy loca. Lea usted… Supongo que conoce al
doctor Touchard, ¿no? Le llaman siempre como experto en los juicios más
sonados. ¡Había pensado en todo, incluso en consultar al psiquiatra más famoso
de París y pedirle un certificado atestiguando que tenía toda la razón! No
había nada que hacer, salvo escuchar pacientemente y, para tenerla contenta,
garrapatear de cuando en cuando unas palabras en la libreta. La anciana se
había hecho anunciar por un ministro que había telefoneado personalmente al
director de la Policía Judicial. Su marido, fallecido unas semanas atrás, era
consejero de Estado”.
Mientras la está entrevistando
suena el teléfono y le pasan una llamada urgente. Un individuo que le dice que
él no pero su mujer, Nine, conoce al inspector, le cuenta que está siendo
perseguido por dos individuos y que ha entrado en el café Caves du Beaujolais para telefonearlo desde una cabina. Maigret
envía al inspector Janvier al lugar pero cuando llega el individuo ha
desparecido.
“La señora se llama
Auban-Vasconcelos. El apellido le quedó grabado en la memoria durante mucho
tiempo y eso que no volvió a verla más. No murió porque se habría enterado, tal
vez la encerraron los hijos o quizá desanimada, por la policía oficial, se
había buscado una agencia de detectives privada”.
Durante el día, el
individuo al que persiguen lo va telefoneando desde varios locales de la
ciudad. Janvier lo va siguiendo pero no da con él. Mientras Maigret va a cenar
a su casa porque ha venido su cuñada Odette. Janvier y luego el inspector Lucas
hacen guardia esperando una llamada. A las dos de la madrugada suena el
teléfono en casa de Maigret. Han encontrado a un hombre muerto en la Place de la Concorde, junto al Quai des Tuileries. Maigret se viste, se
toma una copa de calvados, recoge su pipa del dormitorio y se monta en el taxi
que le han enviado.
El muerto tiene un
navajazo y la cara desfigurada. El inspector Lequeix lo ha esperado para
retirar el cuerpo. Pero hay algo que no encaja, Maigret piensa que la Place de la Concorde, con su obelisco en
medio, es demasiado amplia y abierta. Aquello no se correspondía con las
llamadas telefónicas de la mañana. El hombre se había movido exclusivamente por
un barrio de calles apretadas y populosas. Seguro que no lo ha matado aquí pero
han querido que el cadáver sea descubierto lo antes posible. Maigret acompaña
al coche fúnebre hasta el depósito de cadáveres y asiste a la autopsia del
doctor Paul. A partir de ese momento los compañeros de la comisaria empiezan a
hablar de “el muerto de Maigret” por el especial interés que se ha tomado el
inspector en el caso.
Comentario: sabemos
que nuestro comisario vive en el 132 del Bulevar
Richard Lenoir y que trabaja de Comisario Jefe de la Policía Judicial en su
despacho del Quai des Orfèvres. Está
casado y el matrimonio no tiene hijos.
El comisario Maigret es
el patrón de la novela policial del sur de Europa. Bebe con desmesura, en
especial cerveza, calvados y vino blanco. Come con igual desmesura, lo que
implica que no hay interrogatorio sin bocadillos ni noche sin la cena opípara en
algún restaurante o la que le cocina madame Maigret. El gusto por la comida es
algo que heredaron el Carvalho barcelonés, el Jaritos ateniense, el Montale
marsellés, el Montalbano siciliano, el Schiavone romano exiliado en Aosta y
muchos otros detectives mediterráneos.
Maigret posee un código
moral estricto y lo combina con una formidable capacidad de empatía. A veces
perdona al criminal. Casi siempre le comprende. Sólo cuando el culpable es una
auténtica sabandija se comporta con dureza. "Tiene un cierto conocimiento
del carácter ajeno, o no conocería su trabajo”.
Maigret retrata, como nos
dice Jorge Arévalo, “la mezquindad de Francia que todavía existe. (…) La
marginación, la infelicidad, los amores frustrados, la ambición estéril, la
inmigración encerrada en guetos, el racismo, la rabia de quienes no pueden
acceder a la Francia feliz y próspera de los poderosos”.
Es un placer seguir las
deducciones y pistas que el comisario y sus inspectores ayudantes van
encontrando hasta resolver el caso, sus casos no son nada complicados, es más,
se van desenvolviendo casi por si solos. Su prosa no es muy elaboradora ni
demasiado literaria, pero el recorrido por las calles de París y su sarcasmo
antes el poderoso Juez encargado del caso, hacen que se disfrute con su
lectura. Los mejores diálogos son, posiblemente, aquellos que mantiene junto a
su mujer Marie Luise. Él metido en sus embrollos intentado desentrañar la tela
de araña y misterio del caso pendiente. Ella, exquisita, todo un susurro
contando los puntos del jersey que le está tejiendo al marido. (Era otra época
y el papel de la mujer estaba casi exclusivamente dedicado al hogar).
Nuestros cabezales
necesitan también limpiarse de vez en cuando de tanta lectura sesuda y en
algunas ocasiones pretenciosa. La prosa sencilla y fresca de Simenon nos ayuda
a desintoxicarnos.
BIBLIOGRAFÍA
Jorge Arévalo, Maigret
y la Francia que aún existe, El
Mundo, 25/08/2016.
Juan Carlos Galindo, El
enigma Simenon sigue vivo, El
País, 31/03/2019.
George Simenon, Maigret y su muerto, Tusquets editores,
Barcelona, 2004.
Francisco Vélez Nieto, El muerto de Maigret, de Georges Simenon, Mundodiario, 01/06/2018.
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