(L587) Juegos de la edad tardía (1989)

Luis Landero, Juegos de la edad tardía (1989)

Primera novela que comento de este escritor extremeño. Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948). Sus últimas obras memorialistas, El balcón de invierno (2014) y El huerto de Emerson (2021), están teniendo una buena acogida entre el público lector.

Argumento: la mañana del 4 de octubre Gregorio Olías se despierta penosamente, soñaba con el Amazonas. Suenan los tambores mientras se prepara un café. También había soñado que era comandante de pollos y que los llevaba en un camión para venderlos. El narrador nos describe con mucha gracia la casa donde vivía.

“Era una casa antigua, que quizás en otra época había gozado de cierto esplendor, aunque no tanto como para prolongar el prestigio en la decadencia. Todo era viejo, sucio, crujiente y tenebroso incluso desde los tiempos ya lejanos en que Gregorio cursó allí su último año de estudiante, cuando había en el primer piso una academia nocturna y él llegaba al anochecer fumando en el secreto de la mano y subía la escalera con un balanceo desdeñoso, aprendido en las películas de cine negro que ponían en el barrio. Y antes, debió de ser aquel un inmueble de historia y ambiente galdosianos, casa de vecindad que en su origen conoció una trama de altos y medianos funcionarios, comerciantes, profesionales y rentistas, señoronas de misa diaria, de las que en la boca llevaban siempre el gusto de un severo sorbo de café y en las manos la pincelada de la servilleta que selló en las comisuras de los labios la última condena moral; y luego vio aparecer un melancólico trajín de jubilados con boinas y bufandas, algún especialista en enfermedades venéreas que de la noche a la mañana había instalado consulta en las alturas, alguna enjaezada viuda que había abierto pensión en el segundo o una tienda de lencería lánguida en el bajo, hasta que al fin, cerrada por nupcias la pensión, muertos los jubilados y marchita la tienda, sobre las cenizas de las últimas pasiones privadas de aquel mundo en perpetua disolución apareció la academia nocturna, ante cuya puerta, que ahora ostentaba el título B.A. Comercial System, Gregorio se detuvo veinticinco años después”.

En esa casa conoció a Angelina: “Era mansa y gordita, olía a jabón de coco y su voz se quebraba al acabar las frases, como si el pudor le advirtiese de haber cometido alguna indiscreción. Pero así y todo, vencieron las incertidumbres de los primeros días, y una semana después los encuentros casuales adquirieron carácter de citas. Sentados en un banco al fondo lóbrego de uno de los pasillos, juntaban las cabezas cada noche y se encogían a hablar, ajenos al tránsito de estudiantes insomnes, que continuamente entraban y salían de las aulas”. A ella le cuenta como siendo un niño de diez años se quedó huérfano y se vino a vivir a Madrid con su tío Félix Olías, el único familiar vivo que le queda. Es soltero y se ha jubilado de Conserje y regenta un pequeño quiosco para completar su exigua pensión.

Cuando Gregorio llega a la adolescencia se enamora de Alicia: “Inmediatamente (pues urgía dar un sentido a aquel inexplicable desconcierto), asomó la cabeza por el mostradorcito, y entonces la vio. Esa misma noche sabría por los jóvenes que se llamaba Alicia y era nueva en el barrio, pero en ese momento sólo acertó a verla desaparecer por una esquina envuelta en la tremolina de su cabellera. Y volvió a verla de regreso, después de espiar durante dos horas por entre las ventanitas de cristales turbios. Parecía dibujada a cuatro trazos por los modistos de París. Era alta conforme a sus manos, llevaba una capa colegial sujeta a los hombros por un broche de plata y caminaba moderando con un brazo extendido el ímpetu de un perro lobo cuyo nombre también supo esa noche: Drake –¡tan distinto, ay, al perrillo que años después olfatearía sus primeros pasos de impostor!”.

Gregorio frecuenta la casa de Angelina quien vive con su madre, viuda de un militar. Después de un soso y prolongado noviazgo acaban casándose y él viviendo en casa de las dos mujeres. A los treinta y dos años entra a trabajar en una pequeña empresa: R. y Belson, vinos y aceitunas. Dos veces por semana, lunes y jueves, habla por teléfono con Gil, un representante de la empresa en provincias quien le dicta sus pedidos. Gil le dice que “las pensiones son frías, los trenes lentos y los caminos muy largos”. Poco a poco se va generando una amistad y extraña relación entre estos dos hombres solitarios. Gregorio resucita a un alter ego suyo de su juventud: Augusto Faroni y recupera las poesías que escribió por aquel entonces.

Comentario: La novela tiene reminiscencias e influencias quijotescas, mientras el Quijote lee, Gregorio fabula y escribe poemas: “Gregorio no renuncia al poder de la inventiva y de la imaginación, mientras que el ingenuo y pesimista Gil, dominado por la realidad y el desencanto, es incapaz de reaccionar. De este modo, mientras que don Quijote tenía la aspiración de ser caballero andante, Gregorio tiene el afán de ser poeta; mientras que el hidalgo pretendía figurar en un libro por sus andanzas, Gregorio acaba escribiendo un poemario como si Augusto Faroni –apodo que simboliza su vocación lírica– realmente fuese un escritor, ingeniero, músico, políglota, viajero, inventor y, sobre todo, poeta”.

La novela tiene una prosa barroca y rebuscada a la que cuesta adaptarse en un principio. Si se consiguen superar las primeras páginas y hacerse con su particular lenguaje se entra en una bonita historia cuya lectura nos acabará dejando un buen sabor de boca. Los lectores flojitos y de clubs de lectura de jubiladas que ni lo intenten.

BIBLIOGRAFÍA

Jessica Cáliz Montes, Una lectura quijotesca de «Juegos de la edad tardía», de Luis Landero, Biblioteca Virtual Cervantes, 2009.

Luis Landero, Juegos de la edad tardía, Tusquets, Barcelona, 1989. (Fragmentos pp. 18, 19, 41-42).

Miguel Martinón, La estética neobarroca en Juegos de la edad tardía de Luis Landero, Universidad de La Laguna, 1994.

Antonio Ubach Medina, Realidad y ficción en Juegos de la edad tardía, de Luis Landero, Universidad Complutense de Madrid (UCM), 2001. 

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