(L595) El Gatopardo (1958)
Giuseppe Tomasi di
Lampedusa, El Gatopardo (1958)
Hoy os traigo la única y
excelente novela que escribió el aristócrata italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957).
Fue el último vástago de una antiquísima estirpe de nobles italianos. Un cierto
éxito literario como poeta de su primo, el barón Lucio Piccolo de Mesina, lo empuja
a escribir una novela situada en la época italiana del Risorgimento. Muere sin ver publicada su novela. Gracias al interés
del escritor Giorgio Bassani ésta se publica un año después de la muerte de
Lampedusa obteniendo un éxito inmediato.
Argumento: se
nos describe la fisonomía de Don Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina: “Los
rayos del sol poniente, pero todavía alto, de aquella tarde de mayo encendían
el color rosado del príncipe y su pelambre de color miel lo que denunciaba el
origen alemán de su madre, de aquella princesa Carolina cuya altivez había
congelado, treinta años antes, la desaliñada Corte de las Dos Sicilias. Pero en
la sangre de aquel aristócrata siciliano, en el año 1860, fermentaban otras
esencias germánicas mucho más incómodas para él que todo lo atractivas que
pudieran ser la piel blanquísima y los cabellos rubios en un ambiente de caras
oliváceas y pelos de color de ala de cuervo: un temperamento autoritario,
cierta rigidez moral y una propensión a las ideas abstractas”. El personaje se
basa en un bisabuelo suyo (Giulio VIII di Lampedusa). Se describe la magnífica
casa, el perfume de las flores del jardín y por contraposición el nauseabundo
olor del soldado realista que encontraron muerto a los pies de la parra después
de haber luchado contra las escuadras rebeldes.
La monarquía borbónica
del rey Francisco II de las Dos Sicilias se está descomponiendo. El Príncipe
recuerda las audiencias que tuvo con el monarca. Junto al padre Pirrone visitan
Palermo. Al pasar por la villa semiderruida de los Falconeri, el Príncipe
recuerda a su sobrino Tancredi que está a su cargo por la ruina y muerte del
padre. El joven se había hecho querer por el príncipe que descubría en él una
“alegría pendenciera”. Sabía que tenía relaciones con el Comité Nacional
Secreto. El Príncipe deja al cura en el Convento y se dirige al puerto a un
barrio de mala fama.
Al día siguiente recibe
la visita de su sobrino Tancredi que ha venido a decirle que se va a la montaña
a unirse a los rebeldes. “—Estás loco, hijo mío. ¡Ir a mezclarte con esa gente!
Son todos unos hampones y unos tramposos. Un Falconeri debe estar a nuestro
lado, por el rey. Los ojos volvieron a sonreír. —Por el rey, es verdad, pero
¿por qué rey? El muchacho tuvo uno de sus accesos de seriedad que lo hacían
impenetrable y querido. —Si allí no estamos también nosotros —añadió—, ésos te
endilgan la república. Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo
cambie. ¿Me explico? Un poco conmovido abrazó a su tío. —Hasta pronto —dijo—.
Volveré con la tricolor”.
El viaje de la familia
Salina a sus posesiones en Donnafugata a finales de agosto se ha podido realizar
gracias al general que acompañó a Tancredi quien extendió los salvoconductos
para poder veranear en las tierras del Príncipe, dándole además un mes de
permiso a Tancredi. Durante su estancia, Tancredi, conocerá a Angélica y se
forjará su destino.
Comentario: extraordinaria
novela que tiene como leitmotiv el
tema de la muerte. La muerte de una clase social, la nobleza que es sustituida
por la burguesía de los negocios mediante un hábil pacto social de matrimonios.
Y también la muerte física en la que tanto piensa a lo largo de la novela el
magnífico y orgulloso Príncipe Fabrizio Corbera de Salina.
“Don Fabrizio púsose a
contemplar un cuadro que tenía delante. Era una buena copia de la Muerte de Justo de Greuze (foto: El hijo castigado, 1778, óleo sobre
lienzo, 130 x 163 cm, Museo del Louvre, París): el anciano estaba espirando en
su lecho, entro los bullones de sus limpísimas sábanas, rodeado por nietos y
nietas que levantaban los brazos hacía el techo. Las muchachas era graciosas,
picarescas, y el desorden de sus vestidos más sugería el libertinaje que el
dolor: se comprendía al pronto que ellas eran el verdadero tema del cuadro.
(...) De pronto se preguntó si su propia muerte sería semejante a aquélla.
Probablemente sí, pero sus ropas serían menos impecables – él lo sabía: las
sábanas de los agonizantes están siempre sucias porque están llenas de babas,
deyecciones y manchas de medicinas... – y era de esperar que Concetta, Carolina
y las demás estuvieran más decentemente vestidas. Pero, en conjunto, lo mismo.
Como siempre, la consideración de su muerte lo serenaba tanto como lo turbaba
la muerte de los demás. Tal vez porque, en fin de cuentas, su muerte era el
final del mundo”.
Es estupendo el fragmento
donde el príncipe hace su particular balance
de pérdidas y ganancias de la vida: “Hacía balance de pérdidas y ganancias
de su vida, quería arañar fuera del inmenso montón de cenizas de la pasividad
las pajuelas de oro de los momentos felices. Aquí están: dos semanas antes de
su matrimonio, seis semanas después; media hora con motivo del nacimiento de
Paolo, cuando sintió el orgullo de haber prolongado con una rama el árbol de la
Casa de los Salina —ahora sabía que el orgullo había sido abusivo, pero fue
orgullo de verdad—; algunas conversaciones con Giovanni antes de que éste
desapareciera —en realidad algunos monólogos durante los cuales había creído descubrir
en el chico un espíritu semejante al suyo—; muchas horas en el observatorio, sumido
en las abstracciones de los cálculos y en perseguir lo inalcanzable. Pero
¿acaso estas horas podían colocarse en el activo de la vida? ¿No eran quizá una
dádiva anticipada de las bienaventuranzas de que gozan los muertos? No
importaba, lo habían sido”. (…) Tancredi. Sí, mucho del activo procedía de
Tancredi: su comprensión tanto más preciosa cuanto que era irónica, el goce
estético de verlo abrirse paso entre las dificultades de la vida, la
afectuosidad burlona, tal como debe ser. Después, los perros (…) y algún
caballo, pero éstos eran ya más distantes. Había también las primeras horas de
sus idas a Donnafugata, el sentido de tradición y perennidad expresado en
piedra y agua, el tiempo congelado; el escopetazo alegre de alguna cacería, la
afectuosa matanza de liebres y perdices, algunas buenas risas con Tumeo,
algunos minutos de compunción en el convento entre el aroma de moho y
confituras. ¿Algo más? Sí, había algo, pero eran ya pepitas mezcladas con
tierra”. (…) «Tengo setenta y tres años; en total habré vivido, realmente
vivido, un total de dos... todo lo más tres.» Los dolores, los fastidios,
¿cuántos habían sido? Era inútil esforzarse en contar: todo lo demás: setenta
años”.
Este comentario es algo diferente
al que hice en mi libro del año 2014. He preferido no repetirlo y dejarme
llevar por los nuevos descubrimientos que pasaron inadvertidos en antiguas
lecturas. Siempre se descubre algo nuevo, pequeños detalles, “pequeñas pepitas”
como dice el príncipe que satisfacen al lector y que le llevan a una compresión
más profunda del libro.
Lampedusa ha conseguido
crear un término: gatopardiano. Palabra
con la que se definen muchas cosas, y que responden a una actitud ante la vida
y la muerte, ante los hombres y las cosas con la que me siento identificado.
Una sensación de derrota anticipada que nos inunda a los pesimistas y que nos
impide entusiasmarnos ante las cosas que fascinan y entretienen al resto de los
gentiles.
BIBLIOGRAFÍA
Giuseppe Tomasi di
Lampedusa, El Gatopardo, Argos Vergara,
Barcelona, 1980. (Fragmentos p. 19, 35, 212-214).
__________________________,
El Gatopardo, Cátedra, Madrid, 1987.
__________________________,
El Gatopardo, Edhasa, Barcelona, 2009.
Antonio Martínez Asensio,
'El Gatopardo', la novela más
importante del siglo XX italiano, Cadena Ser, 22/03/2020.
Tomás Ruiz Granados, El placer de leer: 25 novelas inolvidables,
Publidisa, Sevilla, 2014 (2ª. edición) pp. 139-146.
Javier Marías, Odiar “El Gatopardo”, El País, Babelia, 12/03/2011.
Oh! Lampedusa, "Il Gatopardo", oh oh
ResponderEliminarÉsa clase aristocrática que deja tras de sí una estela de... ¿añoranza? Añoranza quizás de los valores de los que son abanderados y que jamás volverán a ser. Nostalgia de lo que fue, porque el fin del mundo que vivieron fue un hecho para esta generación de personas.
Y por supuesto, cómo no nombrar la adaptación cinematográfica que realizó Visconti, quien también provenía de una notable familia aristocrática italiana que vivió sus mejores tiempos en décadas pasadas. Leer, ver "Il Gatopardo" es anticiparse una generación a aquélla otra de "Novecento", casualmente teniendo como uno de sus protagonistas en ambos films a Burt Lancaster, uno de mis predilectos (sólo hay que verle en "El espíritu burlón" para darse una cuenta de qué era capaz de hacer este actor-acróbata, divertidísima).
Gran acierto para el blog, sin duda, un clásico que sabe describir al detalle ese periodo último de desintegración, ruptura, decadencia, en definitiva, fin del Antiguo Régimen.
Alicia F.
Bon dia,
ResponderEliminarQuè puc dir de El Gatopardo que no se sàpiga ja?
Un dels meus llibres preferits, amb frases que queden a la memòria "Si volem que tot segueixi com està, es necessari que tot canviï " o " El amor... fuego y llamas durante un año y cenizas durante treinta".
Magnífic llibre, bona pel·lícula i gran Visconti.
Montse J.