(L596) Un mundo para Julius (1970)
Alfredo Bryce Echenique, Un mundo para Julius (1970)
Primera novela que os
comento de este polémico e interesante autor peruano. Alfredo Bryce
Echenique (Lima, 1939) pertenece a lo que se ha dado en llamar
el post-boom de la literatura hispanoamericana.
La novela de hoy es una de sus más representativas y mejor escritas.
Argumento: “Julius
nació en un palacio de la avenida Salaverry,
frente al antiguo hipódromo de San Felipe; un palacio con cocheras, jardines,
piscina, pequeño huerto donde a los dos años se perdía y lo encontraban siempre
parado de espaldas, mirando, por ejemplo, una flor; con departamentos para la
servidumbre, como un lunar de carne en el rostro más bello, hasta con una
carroza que usó tu bisabuelo, Julius, cuando era Presidente de la República,
¡cuidado!, no la toques, está llena de telarañas, y él, de espaldas a su mamá,
que era linda, tratando de alcanzar la manija de la puerta. La carroza y la
sección servidumbre ejercieron siempre una extraña fascinación sobre Julius, la
fascinación de «no lo toques, amor; por ahí no se va, Darling». Ya entonces, su
padre había muerto”.
“Papá murió cuando el
último de los hermanos en seguir preguntando, dejó de preguntar cuándo volvía
papá de viaje, cuando mamá dejó de llorar y salió un día de noche, cuando se
acabaron las visitas que entraban calladitas y pasaban de frente al salón más
oscuro del palacio (hasta en eso había pensado el arquitecto), cuando los sirvientes
recobraron su mediano tono de voz al hablar, cuando alguien encendió la radio
un día, papá murió”.
Julius y su hermana
Cinthia han sido invitados a casa de su primo Rafaelito a quien odian. Los
acompaña Vilma, una chola guapa que es la niñera de Julius. Después de la
fiesta Cinthia, de salud delicada, tose y echa unas gotitas de sangre. Al día
siguiente consultan al médico quien les recomienda que vayan a Boston para que
le hagan un reconocimiento. Susan y Cinthia parten en avión. Julius y sus otros
hermanos: Santiaguito y Bobby los acompañan al aeropuerto. Allí conocen a Juan
Lucas, el amante de su madre. Cinthia escribe a su hermano Julius desde el
Hospital de Boston. Al poco la niña muere.
Después del tristísimo
funeral la familia se va de viaje a Europa junto a Juan Lucas dejando al
pequeño Julius a cargo de Vilma, la servidumbre y las clases particulares que
recibe de la señorita Julia. A la vuelta de Europa su mamá se ha casado con
Juan Lucas. Traen regalos para todos, hasta para la lavandera. A los pocos días
es el sexto cumpleaños de Julius que se celebra en la privacidad familiar sin
los latosos primitos Lastarria.
El verano se acaba y se van
preparando los uniformes escolares. Julius va a ir por vez primera a la escuela.
Despiden a Vilma porque Santiago, el hijo mayor, va a todas horas detrás de
ella encelado. Julius se queda triste por la pérdida de Vilma, pero pronto
empezará el Colegio en el Inmaculado Corazón (foto).
Comentario:
con el pretexto de contarnos la vida del pequeño Julius la novela hace un
excelente repaso de la clase alta limeña. Su clasismo, racismo y superficialidad
se nos va mostrando a lo largo de toda la novela. No olvidemos que Bryce
Echenique pertenece a esta clase y a ese mundo. Su padre era banquero, y él está
emparentado con la familia criolla de Flora Tristán.
“Educación sentimental,
la novela es un retrato entrañable y al mismo tiempo descarado de un sector
feliz y despreocupado de la oligarquía limeña que, en realidad, refleja el
mundo de la oligarquía de otras muchas ciudades latinoamericanas”.
En el fragmento del
entierro podemos ver como recorren una ciudad de Lima que ellos, Susan, no
conocen y que les parece sucia y pobre. En la casa de vacaciones también se
sienten molestos por los domingueros que van a la playa. “Tenía su piscina la
casa, y también su jardinzote llenecito de árboles y hasta sus cañaveralitos
para que Julius se introdujera por ellos, se cruzara con un sapo en el camino y
desembocara sudoroso, ¡llegué a Madre de Dios, Nilda!, ante el dormitorio de la
Selvática y su hijito. Casi no era necesario salir, sobre todo los domingos y
feriados en que medio Lima se venía a tomar el sol, y todo se llenaba de carros
amarillo-horrorosos y de mujeres melenudo-pecadoras que luego se marchaban dejando
Chosica plagado de cáscaras y papeles”.
Se mueven en un mundo de
relaciones cerrado, endogámico y superficial: “Había invitados en el palacio.
Celso y Daniel, elegantísimos, pasaban azafates llenos de bocadillos y de
aperitivos. Susan, linda, triunfaba. Tenía esa manera maravillosa de llevarse
hacia atrás el mechón rubio que le caía sobre la frente; reía, entonces el
mechón se derrumbaba suavemente sobre su rostro y todos enmudecían mientras
echaba la cabeza hacía atrás (…) Más allá, Juan Lucas comentaba el día de golf
con tres igualitos a él y de rato en rato se reían y eran varoniles y sólo
decían cosas bien dichas. (…) Carcajada general, todos se reían y se llevaban
copas a los labios. Susan volvía a acomodarse el mechón de pelo. Era la vida
feliz con Juan Lucas y sus amigos; ahí estaban los preferidos, los que sabían
vivir sin problemas. Ahí estaba también el arquitecto seleccionado para la
nueva casa. (…) Acababa de llegar uno de los socios norteamericanos de Juan
Lucas y era realmente un placer conversar con él. Un hombre fino y un excelente
jugador de golf. No tenía el acento horripilante de los norteamericanos y había
caído muy bien en el Golf. Y en Lima. Su mujer era una gringuita como hay
muchas, pero después de un rato uno se daba cuenta de que era inteligente y de
que tenía cierto mundo. Con ellos estuvo a punto de completarse un grupo
perfecto de gente bronceada, de deportistas ricos, donde nadie era feo o
desagradable. Lo único malo es que no tardaban en llegar los Lastarria, qué se
iba a hacer, había que invitarlos alguna vez”.
La ironía está muy
presente en la novela al mezclar dos mundos tan diferentes y contrapuestos, así
que acaba haciéndote reír: “siguiendo con los ojos a Juan Lucas que, de encima
de una cómoda, iba recogiendo llavero de oro, cigarrera de oro, encendedor de
oro, lapiceros de oro, billetera con iniciales de oro, chequera también de oro,
si se quiere, en fin el sueño dorado de un carterista; lo malo es que él nunca
iba por donde ellos estaban o, como es lógico, viceversa”.
Como pasa en otros
escritores sudamericanos su vocabulario
es de una gran riqueza y utiliza con frecuencia peruanismos: chunchos
(Incivil, huraño), cojudos (Tonto, bobo), turumba (volver tarumba), lonche
(Comida ligera del mediodía), sanduichito, tacos (pieza del calzado), chola (Dicho
de un indio que adopta los usos occidentales), zamarro (Hombre tosco, lerdo,
rústico, pesado), taponazo (En el fútbol, tiro potente), trome (Sinónimo de
maestro, “el que más sabe”), badilejo (Llana que usan los albañiles para extender
y allanar el yeso o la argamasa), calatos (Desnudo, en cueros), arrosquetar (Dicho
de la piel morena: De color canela o sonrosado), fregar (Causar daño o
perjuicio a alguien), chimpunes (Zapatillas especiales para jugar futbol),
bembón (Dicho de un labio grueso y pronunciado), candelejón (Cándido, ingenuo),
conchudo (Sinvergüenza, caradura), culebrear (Andar formando eses y pasándose
de un lado a otro), camote (amante), zambo (Dicho de una persona nacida de negro
e india, o de indio y negra), macanudo (Bueno, magnífico, extraordinario,
excelente, en sentido material y moral), maroqueros (tacaño), canchero (Ducho y
experto en determinada actividad), chompa (toda prenda tejida que cubre el
torso), chambonas (Que consigue por chiripa algo), maricueca (Hombre afeminado),
galifardo (Inútil, holgazán), huachafa (Cursi) cachimbo (Estudiante de
enseñanza superior que cursa el primer año), faulear (En algunos deportes como
el fútbol, cometer una infracción sobre un jugador contrario), chololisurero
(peruano con gracia), resondrón (De resondrar: censurar, reprender a alguien
por lo que ha hecho o dicho), pampón (Terreno rústico amplio y sin cercar),
chancones (empollones), chapas (apodos), afiches (carteles), calateo (Persona
que tiene lesiones pigmentarias en la piel, de color blancuzco, rojizo o azul
oscuro), pucho (Resto del cigarro), poroto (Anotarse o apuntarse un tanto en el
juego, o un acierto en cualquier actividad.), sacar la mugre (atizar a alguien),
mocha (cabeza), chingarra (cencerro), chancho (Cerdo. Persona sucia), pompones
(Bola de lana o de otro género que se usa como adorno), chavetero (Delincuente
que usa una chaveta), choritriles (pocilgas), petiso (Dicho de una persona:
Pequeña, baja, de poca altura), cachado (burlado), maroca (Mujer de conducta
sexual desinhibida), pampas (Personas carentes de recursos económicos),
pachamancas (confusión, desorden), chaperón (Persona que acompañaba a una
pareja de enamorados para vigilar su comportamiento), chuchumeca (prostituta), etc.
Y algunos que otros cultismos: azafate (Canastillo, bandeja o fuente),
escarmenar (En minería, escoger y apartar el mineral de entre las tierras o
escombros), sardinal (Red que se mantiene entre dos aguas en posición vertical
para que se enmallen las sardinas), etc.
Aparecen en la novela lugares emblemáticos de la ciudad de Lima:
el Country Club en San Isidro (foto),
la Avenida Salaverry, el colegio Inmaculado Corazón de Miraflores, el antiguo
hipódromo de San Felipe, el Balneario de Ancón, el Club de Golf o el barrio
marginal de Marconi.
Bryce Echenique utiliza
las analepsias y la prolepsis, licencias poéticas que sirven para dibujar rupturas
temporales de un relato en curso que dotan al narrador de la novela de un
carácter omnisciente. Novela muy recomendable para los amantes de la literatura
sudamericana que estén habituados a viajar por estos mundos literarios,
herencia de la cultura hispánica, pero a la vez tan diferentes a nosotros por
exceso.
BIBLIOGRAFÍA
AALE, Diccionario de americanismos.
Real Academia Española, Madrid, 2019.
Alfredo Bryce Echenique, Un mundo para Julius, Plaza & Janés,
Barcelona, 1970. (Fragmentos págs. 9, 10, 48, 50, 77-78, 203)
Edith Yatzil González Gallo,
“La
develación de lo íntimo en: Un mundo para Julius de Bryce Echenique”,
Universidad Autónoma de Guerrero, México, 2018.
Johan Swartling, La
ironía en Un mundo para Julius de Alfredo Bryce Echenique, Universidad
de Umeå, Suecia, 2016.
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