(L624) El gran Meaulnes (1913)
Alain Fournier, El gran Meaulnes (1913)
La cultura francesa ha
tenido sobre mí, y sobre buena parte de los españoles de mi generación, una
influencia tan fuerte o más que la anglosajona. Alain
Fournier (1886-1914) es
un escritor que murió joven, solamente un mes después de alistarse en la
primera guerra mundial, y que nos dejó escrita y publicada una sola novela pero
que tuvo un gran impacto sobre la juventud gala del siglo XX.
Argumento: el
padre y la madre de nuestro narrador eran maestros. De secundaria el padre y de
los pequeños la madre. Por el azar y los caprichos de la Inspección fueron
destinados a una escuela de la región de Sainte-Agathe. Llevan diez años en el
pueblo, el muchacho tenía quince, cuando llegó Meaulnes. La madre de éste, una
viuda rica, lo quiere poner a pensión en casa de los maestros para que estudie
el Curso Superior.
Tiene diecisiete años, es
alto y corpulento, lleva la cabeza rapada al estilo campesino bajo un sombrero
de paja. “Pero llegó alguien que me arrancó de todos esos places de niño
tranquilo. Alguien sopló la vela que me iluminaba la dulce cara materna
inclinada sobre la cena. Alguien apagó la lámpara alrededor de la cual éramos
una familia feliz, por la noche, después de que mi padre cerrara los postigos
de madera de cristales. Y ese “alguien” fue Augustin Meaulnes, a quien los
otros alumnos empezaron pronto a llamar «el gran Meaulnes».
Desde que empezó a vivir
con nosotros, o sea, desde los primeros días de diciembre, la escuela dejó de
estar desierta por las tardes a partir de las cuatro. A pesar del frío que
entraba por la puerta oscilante, de los gritos de los que barrían y de sus
cubos de agua, siempre había en el aula, después de las clases, unos veinte
alumnos de los mayores, tanto del pueblo como del campo, que se apiñaban
alrededor de Meaulnes. Y había largas discusiones, disputas interminables en
las que me introducía sigilosamente con inquietud y placer.
Meaulnes no decía nada;
pero era para él para quien a cada momento uno de los más charlatanes avanzaba
en medio del grupo y, tomando por testigo, uno tras otro, a cada uno de sus
compañeros, que le aprobaban ruidosamente, contaba cualquier historia larga de
ladrones que todos los demás seguían boquiabiertos riendo silenciosamente.
Sentado en un pupitre,
balanceando las piernas, Meaulnes reflexionaba. En los momentos mejores también
se reía, pero suavemente, como si reservara sus carcajadas para alguna historia
mejor que sólo él sabía. Después, al caer la noche, cuando la débil luz que
entraba por las ventanas de la clase ya no iluminaba al grupo amontonado de
muchachos, Meaulnes se levantaba de pronto y, atravesando el círculo
apresuradamente, decía: ‒ ¡Venga, vámonos! Entonces se iban todos siguiéndole,
y hasta bien entrada la noche se les oía gritar en lo alto del pueblo...”.
Comentario: “El gran Meaulnes es una novela de culto,
que ha sido lectura de cabecera de una gran parte de la población juvenil gala
durante años. Contiene en sí distintos elementos: la iniciación a la vida de un
adolescente; la introspección psicológica y el recuerdo; el ambiente de la
Francia rural; una profunda descripción del paisaje, que cobra un enorme
protagonismo; y un toque de romanticismo decimonónico, con pinceladas de brumoso
e inquietante misterio, y todo un mundo onírico. La acción discurre entre los
últimos años del siglo XIX y los primeros del XX”.
Uno de los temas
principales es el deseo de aventura que caracteriza al personaje principal. Desea
explorar, descubrir nuevos lugares, nuevas gentes, viajar... un sentimiento
característico de la adolescencia pero que Meaulnes conservará en su vida
adulta. La amistad: una amistad de la adolescencia, fuerte e inquebrantable que
lleva a hacer promesas y a seguir al compañero. El amor: por un lado, el
descubrimiento del amor romántico, la iniciación al mismo y también el amor
familiar. La melancolía: la añoranza por el tiempo pasado; la fantasía; y la
búsqueda de la felicidad.
Augustine Meaulnes forma
parte de esa serie de personajes de novelas francesas que descubren, al mismo
tiempo, los placeres y sinsabores del mundo: Julien Sorel, Jean Valjeant o
Edmundo Dantés comparten con nuestro protagonista el descubrimiento del amor y
los desencantos que ello conlleva puesto que ya sabemos que “no hay rosas sin
espinas”. El gran Meaulnes es una
estupenda novela iniciática. Qué decir de la magnífica traducción del añorado profesor
José María Valverde.
Ha sido un descubrimiento
literario para un veterano lector como yo. La prosa de iniciación, de amistad,
de admiración, de descubrimiento del mundo y del amor me ha cautivado, como si
yo mismo tuviera ahora dieciséis años. No creo que se pueda decir nada mejor de
una novela. Su lectura es toda una delicia.
Sobre el autor, un poeta
chileno, Jorge
Teillier (1935-1996), escribió el siguiente poema:
LOS
DOMINIOS PERDIDOS
A
Alain-Fournier
Estrellas rojas y blancas
nacían de tus manos.
Eran en 189... en la Chapelle d'Anguillon,
eran las estrellas
eternas
del cielo de la
adolescencia.
En la noche apagaste las
lámparas
para que halláramos los
caminos perdidos
que nos llevan hacia un
laúd roto y trajes de otra época,
hacia una caballeriza
ruinosa y un granero de fiesta
en donde se reúnen
muchachas y ancianas que lo perdonan todo.
Pues lo que importa no es
la luz que encendemos día a día,
sino la que alguna vez
apagamos
para guardar la memoria
secreta de la luz.
Lo que importa no es la
casa de todos los días
sino aquella oculta en un
recodo de los sueños.
Lo que importa no es el
carruaje
sino sus huellas
descubiertas por azar en el barro.
Lo que importa no es la
lluvia
sino sus recuerdos tras
los ventanales del pleno verano.
Te encontramos en la
última calle de una aldea sureña.
Eras un vagabundo de
barba crecida con una niña en brazos,
era tu sombra –la sombra
del desaparecido en 1914–
que se detenía a mirar a
los niños jugar a los bandidos,
o perseguir gansos bajo
una desganada llovizna,
o ayudar a sus madres a
desvainar arvejas
mientras las nubes
pasaban como una desconocida,
la única que de verdad
nos hubiese amado.
Anochece.
Y al tañido de una campana
llamando a la fiesta
se rompe la dura corteza
de las apariencias.
Aparecen la casa vigilada
por glicinas, una muchacha
leyendo en la glorieta
bajo el piar de gorriones,
el ruido de las ruedas de
un barco lejano.
La realidad secreta
brillaba como un fruto maduro.
Empezaron a encender las
luces del pueblo.
Los niños entraron a sus
casas. Oímos el silbido del titiritero que te llamaba.
Tú desapareciste
diciéndonos: "No hay casa, ni padres, ni amor:
sólo hay compañeros de
juego".
Y apagaste todas las luces
para que encendiéramos
para siempre las
estrellas de la adolescencia
que nacieron de tus manos
en un atardecer de mil ochocientos
noventa y tantos.
BIBLIOGRAFÍA
Lourdes Carriedo López, Alain-Fournier y los restos del
naufragio, Universidad Castilla y La Mancha, 2020,
pp. 65-75.
Alain Fournier, El gran Meaulnes, Bruguera, Barcelona,
1979.
Antonio Martínez Asensio,
'El gran Meaulnes', una novela de
iniciación que rinde tributo al amor, Cadena Ser, 06/12/2020.
Antonio Pagán López, Aventura, sueño y magia en Le gran Meaulnes de Alain Fournier, Universidad de la Rioja, 1987.
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