(L530) Poesía (1095)

Al-Mu’tamid, Poesía (1095)

Jamás en la historia de al-Ándalus floreció tan brillante y genialmente la poesía como durante el reinado del tercer y último rey abbādí Abu l-Qásim Muhàmmad ibn Abbad al-Mu‘támid (1040-1095). Sevilla fue la ciudad más importante de los reinos taifas una vez desintegrado el Califato de Córdoba. Al-Mu’támid llegó a ser el más popular de los príncipes andaluces. Su generosidad, su bravura, su espíritu caballeresco, sus aventuras romancescas y sus habilidades como poeta, hicieron que fuera admirado por las generaciones futuras.

Cuando Al-Mu’támid asumió el trono en 1069 tenía veintinueve años. Sevilla, además de su demostrada capacidad militar, ya era reconocida como capital poética de al-Ándalus. Solo la Almería de los Banū Sumādih intentaba rivalizar en producción literaria. Al-Mu’támid, cruel y calculador como político, no dejó de lado el cultivo de la poesía y el embellecimiento de su capital. Financió una academia de poetas creada por su padre y construyó el palacio de al-Mubārak (Reales Alcázares de Sevilla) entre otros.

A-Mu’támid usaba incansablemente la figura poética llamada ŷinās, juego de palabras, con sus muchas variedades. Lo que normalmente se hacía con el uso de dos palabras, casi siempre en el mismo verso, con las mismas letras radicales pero con dos significados distintos mezcladas con otras figuras no menos deliciosas al oído.

Es muy conocida la historia de cómo conoció a la bella Rumaykīya esclava de un arriero, conocida más adelante como Itimād, de quien se enamoró y a quien convirtió en su esposa. La relación entre al-Mu’támid y Rumaykīya fue la fuente de numerosas historias, como la que aparece en el Libro de los ejemplos del Conde Lucanor y de su consejero Patronio (1335), cuento XXX, De lo que aconteció al rey Abenabed de Sevilla con su mujer, Ramaiquía, obra de Don Juan Manuel.

“Sucedió que un día, estando en Córdoba en el mes de febrero, cayó una nevada y, cuando Romaiquía vio la nieve, se puso a llorar. El rey le preguntó por qué lloraba, y ella le contestó que porque nunca la dejaba ir a sitios donde nevara. El rey, para complacerla, pues Córdoba es una tierra cálida y allí no suele nevar, mandó plantar almendros en toda la sierra de Córdoba, para que, al florecer en febrero, pareciesen cubiertos de nieve y la reina viera cumplido su deseo”.

El amor de al-Mu’támid por las artes y en concreto por la poesía lo llevó a proteger y recompensar generosamente a varios de los poetas más importantes del siglo XI andalusí. La siguiente relación no es ni mucho menos exhaustiva:

‘Abd al-Ŷalīl Ibn Wahbūn (1039-1090) de Murcia también era conocido como geógrafo. En una ocasión expresaba en verso su duda acerca de un rey fabuloso que regaló mil pesos a un poeta cuyos versos fueron de su agrado. Al oír esto al-Mu’támid, cuya generosidad era proverbial, mandó darle en seguida dicha cantidad.

Muhammad al-Azdi al-Siqillī, más conocido como Ibn Hamdīs (1055-1132). Una vez conquistada la ciudad de Siracusa por los normandos recaló en la corte sevillana de al-Mu’támid protector de las artes. Al destierro de este vivió en varios países islámicos y acabó sus días en Mallorca el año 1132. En una ocasión fue a informar a al-Mu’támid a Agmāt de la sublevación de su hijo ‘Abd al-Ŷabbār en la ciudad de Ronda (1093).

Abū Bakr Ibn ‘Ammār (1031-1086), el Abenamar de los cristianos. Acompañó al joven rey que entonces tenía doce años como Consejero a Silves (1055-1058). El recuerdo de los años que pasaron allí juntos en la más íntima relación, rodeados de esclavas, vino y jardines, es el tema de uno de los más conocidos poemas de Al-Mu’támid titulado Añoranza (67). En 1078 tuvo lugar la célebre reunión entre el monarca castellano Alfonso VI e Ibn ‘Ammār, emisario de al-Mu’támid, en la que se dice que el avance cristiano fue detenido porque el embajador venció a Alfonso en una partida de ajedrez. Con los años se enemistaron, por culpa de las torpezas de Ibn ‘Ammār —entregó al hijo de al-Mu’támid, al-Rashid, como rehén a Ramón Berenguer II conde de Barcelona en prenda por un pago sin el consentimiento de su padre— y al-Mu’támid lo mandó prender y acabó matándolo.

‘Isā al-Dārī, llamado Ibn al-Labbāna (1045?-1113). Es el poeta más estimado por al-Mu’támid a quien acompañó en su destierro. En los poemas al-Mu’támid lo llama con el nombre de Abū Bakr. Cantó brillantemente la salida de al-Mu’támid de Sevilla y su triste destierro.

“Vencidos después de una valerosa resistencia, los príncipes fueron metidos en un navío. La multitud llenaba las riberas del río, las mujeres estaban sin velos, y en su dolor se arañaban el rostro. ¡Qué de gritos, qué de lágrimas! ¿Qué nos queda ya? ¡Vete de aquí, extranjero!; recoge tus bagajes y haz tus provisiones, porque la casa de la generosidad ya se ha quedado desierta. Tú, que tenías intención de establecerte en este valle, sabe que la familia que tú buscabas ya no está allí, y que la sequía ha destruido nuestra cosecha. Y tú, caballero del soberbio séquito, depón tus armas que no servirían de nada, porque el león ha abierto ya su boca para devorarte”.

“Lo he olvidado todo menos esa mañana cabe el río; estaban como cadáveres encima de tablas. El triste pueblo en masa, a ambas orillas, viendo las perlas arrastradas por bramantes olas. Las vírgenes se quitaron los velos para rasgarse las caras de congoja. Llegó el momento. Todos, mujeres y hombres lanzaban el plañidero grito de su último adiós. Los barcos salían y la gente protestaba con sollozos como camellos ante el cruel camellero. ¡Cuántas lágrimas vertidas al agua! ¡Cuántos corazones partidos acompañaron aquellos crueles barcos!”.

Ahmad ibn Gālib Ibn Zaydūn (1003-1071), Abenzaidún según las fuentes cristianas. Las cortes de Córdoba y Sevilla estaban estrechamente vinculadas en la persona de Ibn Zaydūn. Su famoso romance con Wallāda, hija del decadente califa al-Mustakfi, nos ha proporcionado algunos de los mejores poemas de toda la literatura andalusí. Vivió en varias ciudades de al-Ándalus, principalmente en Sevilla, donde fue ministro de al-Mu’tádid (padre) y al-Mu’támid (hijo).

Ibn Bassām (1058-1147) de Santarém fue un escritor e historiador musulmán de al-Ándalus que compiló una brillante antología de poesía llamada Al-Dajīra y los hechos históricos de la taifa de Sevilla en su libro Itinerario cultural de almorávides y Almohades: Magreb y Península Ibérica.

Irónicamente al-Mu’támid fue enviado en su destierro a Agmāt, el mismo pueblo donde paso sus últimos años de existencia ‘Abd Allāh ibn Bādis, el último rey Zīrí de Granada, de quien hemos comentado en el blog sus estupendas memorias (Memorias del último rey Zīrí de Granada). Ambos derrotados por el temible caudillo almorávide Yūsuf Ibn Tāšufín. En esta ciudad al-Mu’támid compuso los mejores poemas de su Dīwān.

Poemas de Al-Mu’támid

9

Te escribí, triste por tu alejamiento; dolía el hígado de angustia y pasión.

No componía con plumas sino con lágrimas sobre la hoja de la mejilla.

Si yo no fuera orgulloso te visitaría —como el rocío que visita los pétalos rosales.

Besaría tus labios morenos, debajo del velo escondidos, te abrazaría de ceñidor a collar.

¡Ausente de mí y siempre conmigo! Mi mirada no te posee, mi corazón sí.

Una vez nos prometimos amor. Cumple con tu promesa, pues pienso cumplir la mía.

 

14

Pedí vino a la gacelita y me trajo vino y rosas.

Sirvió el vino de su saliva y ofreció las rosas de sus mejillas.

 

40

Tres cosas estorbaron su visita por miedo al espía y colérico envidioso:

La luz de su frente, el tilín de sus alhajas y el aromático ámbar de su esbelto cuerpo.

Suponemos que con la manga se tapa la cara y se quita las alhajas, más ¿cómo ocultar su fragancia?

 

67

AÑORANZA

¡Hala, Abū Bakr!, saluda mis posadas de Silves. Pregúntales si añoran los días de amores como yo.

Saluda al palacio de las Barandas de parte de un mozo siempre ansioso por estar ahí.

Guarida de leones y deliciosas doncellas. ¡Qué guaridas y qué salones de mujeres!

¡Cuántas noches deliciosas entre sus sombras con chicas de generosos traseros y finas cinturas!

Blancas y morenas, atravesando mi alma como blancas espadas y morenas lanzas.

Aquella noche juguetona cabe el dique, con esa moza del brazalete que serpenteaba como el río.

Se quitó el manto, una rama de sauce su cuerpo, como el capullo que estalla en flor.

Me sirvió el vino de sus miradas, de la copa; a veces de su boca.

El toque de su laúd me embrujó; como si oyera el rasgueo de espadas en los cuellos enemigos.

 

76 (fragmento)

Sosiega tu corazón; no te arrastren las preocupaciones.

¿De qué sirven la tristeza y aprehensión?

Domina tus párpados; no les des la satisfacción de sollozos. Paciencia; es tu costumbre ante los desastres.

Si el Destino ha impedido tu deseo, así sea la voluntad de Dios.

Si el Sino te ha dado esta sola derrota ¡cuántas veces luchaste con valentía!

Si pecaste una vez en la confusión, tu excusa será una luna entre esa oscuridad confusa.

¡Cuántos gemidos lanzados de tu corazón! ¡Cuántas lágrimas vertidas por culpa del Destino!

 

93

¡Qué reyes, valientes cazadores y combatientes! ¡Largo! Ya ha llegado el reino del Mahdī.

Yo galanteaba a Córdoba, la Hermosa, cuando ella rechazaba a los demás galanes que la requebraban con espadas y lanzas.

¡Cuántos desatendidos! Hasta que llegué con amor y ella vistió su más dulce túnica.

Novia de reyes, desposada por mí en su propio palacio; los demás reyes están por miedo en el cortejo fúnebre.

¡Temed y que os quedéis sin padres! El ataque del valiente león vestido de lorigas está cerca.

 

138

Antaño estabas alegre en las fiestas, ahora la fiesta de Agmāt duele al cautivo.

Ves a tus hijas, andrajosas y hambrientas, hilando menesterosas para otros.

Acuden a saludarte, cabizbajas, macilentas, consumidas.

Pisan descalzas el cruel barro como si no hubieran pisado almizcle y alcanfor.

Sus secas mejillas, señales de hambre, sólo se riegan con lágrimas.

Rompí el ayuno de la fiesta — ¡que no vuelva su maldición!—. Esta rotura me ha roto el hígado.

Antaño el Destino obedecía si mandabas; ahora el Destino te hace sumiso, subyugado.

De aquí en adelante aquel que sueña con un reino feliz, sólo sueña con dulces engaños.

 

BIBLIOGRAFÍA

Javier Macías, Los palacios de Al-Mutamid, el penúltimo hallazgo arqueológico en Sevilla, ABC, 09/07/2019.

Al-Mu’tamid, Poesía, Antoni Bosch editor, Barcelona, 1979. (Traducción, introducción y notas de Miguel José Hagerty).

Reinhart P. Dozy, Historia de los musulmanes de España. Tomo IV, Los reyes de Taifas, Editorial Turner, Madrid, 1984.

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